La insistencia de muchos , aún en estos días, de afirmar que la conciencia es el sostén fundamental de la vida psíquica y que el inconciente solo es un subproducto de esta, ha llevado a una identificación fundamentalista con el Ego y sus demandas. La exclusión del inconciente en aras de la adoración al falso ídolo del Ego ha generado tantas tensiones neuróticas dentro de nosotros y la humanidad que ha puesto en peligro la especie misma. Puedo parecer alarmista pero los invito a ver un noticiero en la televisión; en un resumen de la realidad del mundo actual podemos ver por un lado guerras fatricidas, autoritarismo, genocidios, exacerbación de la moralidad, marginación de sectores sociales, exclusión de lo diferente y anómalo, depredación ecológica y enfermedades pandémicas; por el otro, una sublimación de todo lo que alimente al Ego en su patología narcisista: dinero, poder, belleza, etc.
Es hora de abrir la puerta, cada quien según su saber, a los mensajeros del viejo y arcano inconciente, venidos desde los sustratos abisales de nuestra naturaleza psíquica, donde habitan y mueven representando toda nuestra historia como seres vivos. Ellos ya no tendrán que irrumpir violentamente para hacerse sentir, ni expresarse a través del trastorno y el desequilibrio orgánico. Ya fue suficiente el reinado de un pueril Ego que, con apenas 100.000 años de existencia, se siente el hermano mayor frente a un inconciente que se pierde en la noche de los tiempos.
Al sanar esta fractura psíquica y permitimos el dialogo conciente con los contenidos inconcientes nos vinculamos con el símbolo, el cuerpo, la creatividad, la intuición, el ritual, el arquetipo, el sueño, la señal numinosa, el misticismo, las experiencias cumbre, los estados extáticos, las plantas de poder y enteógenos, etc. El hacerlo nos permitirá reestablecer el equilibrio interno que trae como recompensa la sanación con nosotros y con el otro. Es una tarea crucial para sanar la especie misma y el planeta. Si lo dudan los invito a ver un noticiero.
Foto: Equinoccio de primavera en Teotihuacán, 2002.
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