lunes, 26 de octubre de 2009

Los adversarios al servicio de algo más grande

Cuando los antagonistas se envalentonan y su ego se infla pueden hacernos titubear. En esas andaba cuando "casualmente" me cayó en las manos esta reflexión de Bert Hellinguer donde habla de sus detractores, a propósito de una publicación que criticó su módelo de terapia breve de Constelaciones familiares. A pesar de las diferencias, siempre estamos al servicio de algo más grande.

¿Cómo tratar a sus adversarios, tanto a los vanos como a los temerosos? Sin ni siquiera considerar sus intenciones, lo primero es respetarlos. En definitiva, no sabemos qué papel cumplen ni a quién sirven. Por eso, respeto la molestia que se toman para hablar, escribir, actuar; respeto la atención que me proporcionan a mi, incluso a otros y al conjunto en toda su amplitud. Reconozco que al hacerlo sirven a ese conjunto y a través de él, a mí y a muchos otros. Sin resistencia nada vivo ni verdaderamente humano puede desarrollarse. Sólo gracias a la resistencia que ofrece el exterior algo puede diferenciarse, insertarse en otra cosa de más extensión. Gracias a la resistencia, dentro del marco de unos límites, algo puede encontrar su fuerza y la comprensión de lo que es realmente posible. Todo aquello que ya no consigue expandirse se verá obligado a concentrarse. En lugar de altura y anchura, podrá ganar en profundidad.

En segundo lugar, al oponerse a mí, mis adversarios encuentran a menudo su propio camino con mayor facilidad. En esto sirven mejor al conjunto que si me aprobaran o me siguieran, renegando así de su propia verdad. De esa forma cada cual aporta su contribución únicamente a partir de lo suyo propio. El que ha encontrado esta autenticidad deja con el tiempo de alimentar la enemistad, habiendo perdido tanto el miedo a los otros como la necesidad imperiosa de doblegarles a su imagen o incluso de someterles. El que ha encontrado su autenticidad está conectado con todos de manera sosegada. Frente a sus propios adversarios desarrolla tolerancia y sabe dar tiempo hasta que se disuelva la animosidad de aquellos enemigos en busca de lo suyo propio. Sin embargo es importante ver que al querer mal a otros, los hay que se descuidan de si mismos o traicionan lo suyo.

En tercer lugar, la enemistad suele precisar de acólitos. Se fortalece gracias al número de ellos y la lealtad que los une en la oposición. Pero con esto fortalecen también a los seguidores de aquel al que se oponen. Cuando los seguidores se desmoronan, se desmorona también la fuerza de ambos bandos. Al quedarse sin seguidores, los líderes de los campos antagonistas se quedan frente a ellos mismos. Entonces se puede revelar una fuerza mayor.

¿Cómo reconocer la fuerza mayor? Se descubre a través de lo que subsiste. Sólo lo que subsiste era y es esencial

viernes, 23 de octubre de 2009

El Manjar de los dioses


Estoy releyendo el libro El Manjar de los Dioses, escrito por el etnobotánico, recientemente fallecido, Terence McKenna. Su idea del papel crucial de los hongos visionarios (con activos psilocibínicos) en la evolución de la conciencia humana siguen moviéndome:


“Mi argumento es que la mutación producida por componentes psicoactivos en la dieta humana temprana influyó directamente en la rápida reorganización de las capacidades de procesamiento de la información del cerebro. Los alcaloides de las plantas, particularmente los compuestos alucinógenos como la psilocibina, dimetiltriptamina (DMT) y harmalina, pueden ser los factores químicos de la dieta protohumana que catalizarán la emergencia de la autoconciencia humana. La acción de los alucinógenos, presentes en muchas plantas comunes, mejoró nuestra facultad de procesar la información o sensibilidad ambiental, y por lo tanto contribuyó a la repentina expansión del tamaño del cerebro humano. En un estadio superior de este proceso, los alucinógenos actuaron como catálisis en el desarrollo de la imaginación, alimentando la creación de estratagemas internas y posibilidades que quizá concordaron con la emergencia del lenguaje y la religión.”


A lo largo del libro, McKenna expone dentro de su hipótesis la aparición de tres grandes saltos evolutivos, dados por el nivel de consumo del hongo:


Primer nivel (bajo). Pequeñas cantidades de psilocibina, consumidas sin tener conciencia de su psicoactividad en el marco del acto común de recogida de alimentos, producen un importante aumento de la agudeza visual en particular en la detección de límites. El descubrimiento de "binoculares químicos" no podía dejar de tener un impacto en el éxito en la caza y en la recolección para aquellos individuos que consiguieran dicha ventaja. Grupos comunitarios que incluyeran a individuos que mejoraran su visión tendrían más éxito a la hora de alimentar a su descendencia.


Segundo nivel (medio). Al ser la psilocibina un estimulante del sistema nervioso central, cuando se toman dosis ligeramente superiores, tiene tendencia a producir agitación y estimulación sexual. Por lo tanto, en este segundo nivel de uso, al aumentar las posibilidades de copulación, el hongo favorece directamente la reproducción humana.


Tercer nivel (alto). El tercer nivel es el nivel de la total apertura del éxtasis chamánico. La intoxicación mediante la psilocibina es un éxtasis cuya esencia y profundidad desafían la descripción. Es completamente Otro y no menos misterioso para nosotros de lo que fue para nuestros ancestros comedores de hongos. Se establecen vínculos comunitarios y actividades sexuales en grupo, lo que promovió la mezcla genética, una tasa mayor de nacimientos y un sentido de la responsabilidad comunal por parte de la prole del grupo.


El efecto de los hongos en la bioquímica del cerebro no debe dejarse de lado al estudiar la evolución de la conciencia. Su impacto en la capacidad cognitiva, dada por sus activos, es un tema de estudio que puede llevar a más preguntas sobre nuestra relación psicoactivo + conciencia.

Una psicoactiva búsqueda literaria



"Soy una parte de todo aquello que he encontrado en mi camino." Alfred Tennyson.


En mis primeros encuentros con las plantas de poder, donde las experiencias eran autodidactas y sin más guía que mi irresponsable curiosidad (¡qué bueno!), surgieron miles de preguntas, todas al servicio de mi pretenciosa necesidad por “entender” lo que vivía en mis inmersiones en el inconciente y más allá.


Eran los finales de los 80’s y comienzos de los 90’s, mi hambre intelectual me llevaba a devorar toda la información disponible acerca del tema, pero, la escasez de literatura en español, me limitaba. Ya leídos, me quería alejar de la contracultura (Aldous Huxley, Timothy Leary, Hunter Stockton Thompson, Ram Dass) y ya renegaba de la exaltación mítica de la figura de Carlos Castaneda.

Lo disponible se encontraba entre una visión antropológica cientificista, donde el consumo de plantas de poder era un arcaísmo de culturas protohistóricas y rezagadas (con un dominante racismo antropológico), o era la interpretación psicológica donde el chamán es solo un sujeto esquizoide.


Pero, por otro lado, pude poetizar con el testimonio de los “yonquis” confesos (William Burroughs, Allen Ginsberg, Jack Kerouac, Thomas De Quincey, Samuel Taylor Coleridge, Charles Baudelaire). La ilustración de Antonio Escohotado me reconcilió con muchos ámbitos y Ernst Jünger me dio la llave para filosofar sin miedos.


Luego el etnobotánico Terence McKenna y su libro El Manjar de los Dioses le dio otra dimensión al tema, sacándolo de la interpretación lógica (psicológica - sociológica – etnológica - antropológica) hasta abarcar la propia evolución de la conciencia.


Alejandro Jodorowski me rescató de la incredulidad, acercándome al tarot y a tomarme menos en serio. Así, pude llegar con menos afanes a Stanislav Grof y su mirada transpersonal que, a su vez, le quitó mis trabas a la compañía permanente e insuperable de C.G. Jung. No pasó mucho cuando me encontré con Abraham Maslow, Charles Tart, Ken Wilber, Fritz Perls, Wilhem Reich, John Pierrakos, Bert Hellinguer. Paralelamente, otra puerta se abrío con Gurdjieff, Sri Aurobindo y el budismo con D.T. Suzuki.


Veinte años después los testimonios no se agotan y sigo mis encuentros. Pero algo ha cambiado. Mi psicoactiva búsqueda literaria ya no tiene fuentes para comparar que no sea mi propio viaje. A todos los seres que leí, gracias sinceras. Faltan muchos por nombrar. Los honro por su valentía. Ahora, con humildad, empiezo a escribir mis propias páginas, mi propio camino, imposible sin todos ustedes que, desde su curiosidad, se atrevieron. Nos hermanamos en ese lugar. Hoy solo me queda repetir las palabras de Albert Schwaitzer: "Según vamos adquiriendo conocimiento, las cosas no se hacen más comprensibles, sino más misteriosas."


(Imagen: Máquina de escribir de Jack Kerouac, con la cual escribió el primer manuscrito de "En el Camino").


miércoles, 21 de octubre de 2009

De la servidumbre moderna



“Qué época tan terrible esta, en que unos idiotas conducen a unos ciegos”
William Shakespeare

La servidumbre moderna es una servidumbre voluntaria, consentida por esos esclavos que se arrastran por la faz de la tierra. Ellos mismos compran las mercancías que los esclavizan cada vez más. Ellos mismos procuran un trabajo cada vez más alienante que se les otorga si demuestran estar lo suficientemente amansados. Ellos mismos eligen los amos a los que deberán obedecer. Para que esta tragedia absurda pueda tener lugar, ha sido necesario despojar a esa clase de la conciencia de su explotación y de su alienación. He ahí la extraña modernidad de nuestra época. Al igual que los esclavos de la antigüedad, que los siervos de la Edad Media y que los obreros de las primeras revoluciones industriales, estamos hoy en día frente a una clase totalmente esclavizada, pero que no lo sabe o más bien no lo quiere saber. Ellos ignoran la rebelión, que debería ser la única reacción legitima de los explotados. Ellos aceptan sin discutir la vida lamentable que se planeó para ellos. La renuncia y la resignación son la fuente de su desgracia.

Este es el trailer del documental de Jean-François Brient sobre la servidumbre moderna y el sistema mercantil totalitario donde tod@s vivimos. Mas información y el documental en Http://delaservitudemoderne.org

El altar del Chota-a tchi-née


Al respecto de la labor de intermediación que los “hombres de conocimiento” (Chotachiné, Chota Chiné, Xuta Chjine, Chota-a tchi-née) realizan en las veladas mazatecas quisiera detenerme en algunos aspectos, entre ellos, la importancia del altar en esa tradición.


Para el Chotachine, nombre genérico como los mazatecos llaman a sus terapeutas (persona con habilidades especiales obtenidas a través de la formación y de la experiencia, que en su labor, ofrece apoyo) originales de la Sierra Mazateca en Oaxaca, el altar es un elemento fundamental en la velada.


Su aspecto místico es esencial, ya que es la mesa espiritual que el Chotachiné recibe para su ejercicio, luego de su iniciación: la Ceremonia Especial de entrega de bastón de mando, donde es infundido de poder por los Chikones (Poderes tutelares de la región). Ella se debe plantear como una escenografía transpersonal que sirve al proceso que se iniciará con los hongos. Cada objeto allí puesto debe servir a la ceremonia en su totalidad, tanto en su aspecto utilitario como en el simbólico. Nada es accesorio, todo cumple una razón de ser dentro del conjunto del altar.


Para su armado se deberán colocar sobre una mesa imágenes de sanación, protección y bienestar, además de referencias gráficas a los Chikones, en especial a San Martín Caballero, imagen sincrética que representa al Señor de la Montaña, al “Huero”, el Chikón Nindó Tocosho. Otras imágenes que se pueden colocar son la Virgen de Guadalupe, San Miguel Arcángel, San Pedro y San Pablo, etc (según el trabajo a cometer).


Se agregan flores (dadas, preferentemente, por los asistentes), veladoras o velas de cera virgen (que se prenderán al comienzo de la velada y, encenderse, si alguna persona pasa por una crisis curativa); botellas de agua para la sed; mezcal, para dar de tomar en caso de que a algún participante se enfríe mucho y le baje la tensión arterial.


Como aspecto central estará la copalera, la cual trabajará el Chotachiné, y el piciete (San Pedro) o tabaco ceremonial, para abrir camino en las dificultades del viaje enteógeno. La copalera cumplirá la función de fuego central y, al mismo tiempo, ombligo del mundo por donde se cruzan los planos.


Se pone el altar en dirección Este, es decir, cuando el Chotachiné se sienta frente a él, debe mirar en dirección a dónde amanece. La dirección opuesta refiere a la brujería, en su inclinación con trabajar las fuerzas crepusculares, ubicadas en el Oeste, donde muere el día.


El Chotachiné estará siempre trabajando frente a su mesa espiritual: el altar. Los asistentes se ubicarán de igual forma. Los procesos transpersonales tendrán un ámbito individual, pero por otro lado, el Chotachiné, como guía y facilitador, ayudará desde el altar a cada participante como al mismo conjunto del grupo, el cual tiene una dinámica, un tono propio que se va desarrollando a lo largo de la ceremonia.


El altar en la velada mazateca es el lugar donde los Poderes se despliegan y la guía del Chotachiné toma lugar. De allí que no es simple decorado. Es eje del ritual.

jueves, 15 de octubre de 2009

Milton Erickson, abriendo la vieja nueva puerta

El modelo terapéutico de Milton Erickson sigue abriendo puertas a nuevas fórmulas y acercándose, paradójicamente, cada vez más a los usos y costumbres de los saberes chamánicos de otras culturas. Desde que su práctica dejó atrás las rotulaciones con que en su tiempo se delimitaban los territorios del Terapeuta vs. Consultante, abrió un nuevo horizonte para las intervenciones y tratamientos, cambiando las etiquetas que se dan al síntoma y el propio lugar del terapeuta dentro del proceso. Sus enseñanzas, aún siguen dando frutos, invitándonos a cruzar nuevos umbrales a la vez que nos regresan a las antiguas tradiciones.


Su modo de abordar cada caso, donde las generalizaciones y concepciones reduccionistas no tienen cabida y cada cual merece una estrategia propia y un acercamiento particular, no busca que sus consultantes comprendan la razón de sus dificultades personales; no hace interpretaciones, sabe que el lenguaje es el lugar del extravío y no permite que el consultante reflexione sobre sus propias palabras, como bien se practica en otros modelos; no explora ni profundiza las motivaciones, concientes o inconcientes, que en una persona habitan y que la impulsan a un determinado comportamiento. Todo un enfoque radicalmente nuevo y a la vez, se pierde en los anales de las tradiciones más antiguas.


Erickson reconoce que nuestra naturaleza está determinada por el inconciente y se aboca a trabajar directamente con él, sin buscar mediar o negociar con la conciencia. El uso reiterado de metáforas, anécdotas y artificios narrativos se convierte así en un recurso que impacta directamente sobre los contenidos inconcientes, generando respuestas rápidas, profundas y permanentes, que están al servicio del crecimiento del propio consultante.


Para Erickson las fantasías del propio consultante (que bajo algunos modelos tradicionales pueden ser calificadas como patológicas) son un terreno fértil donde puede construirse, por ello las usa y edifica sobre ellas (apoyado en el trance hipnótico), creando todo un tinglado que permite la expresión creativa del síntoma. Este aspecto se acerca a algunos técnicas chamánicas, donde se reconoce que el propio problema o alteración es, en sí mismo, la misma solución, permitiendo extraer la enseñanza contenida en éste.


De otro lado, la confianza que Erickson tenía en la capacidad de cada consultante para hacer un movimiento positivo, empodera de nuevo a la persona, dándole la certeza que él mismo trae consigo las herramientas y recursos para el cambio y el equilibrio. Este refuerzo de sí mismo es respaldado además, al quitársele el juicio al síntoma, hecho por el cual la persona es etiquetada negativamente, liberándola del discurso del padecimiento y el trastorno.


Como el dios Jano abrió un puerta, nueva solo para los ojos que no reconocen el potencial de los modelos no occidentales. Todo ello desde que dejó de pensar en cómo ayudar a la gente a darse cuenta de por qué hacían lo que hacían, y comenzó a pensar en cómo promover el cambio y con ello el regreso del equilibrio.


Los grandes aportes que Milton Erickson ha traído a las intervenciones y estrategias terapéuticas lo vinculan al chamanismo más de lo que se cree. Las proporciones de su trabajo y el impacto de su práctica aún está por verse. Con respeto debe reconocerse su mirada edificante, que da una bocanada de aire a los acercamientos del sistema sanitario, algunas veces ya obsoletos, y abre un nuevo horizonte en la relación Terapeuta + Consultante; siempre, con un profundo respeto hacia la dignidad de cada persona.