"Soy una parte de todo aquello que he encontrado en mi camino." Alfred Tennyson.
En mis primeros encuentros con las plantas de poder, donde las experiencias eran autodidactas y sin más guía que mi irresponsable curiosidad (¡qué bueno!), surgieron miles de preguntas, todas al servicio de mi pretenciosa necesidad por “entender” lo que vivía en mis inmersiones en el inconciente y más allá.
Eran los finales de los 80’s y comienzos de los 90’s, mi hambre intelectual me llevaba a devorar toda la información disponible acerca del tema, pero, la escasez de literatura en español, me limitaba. Ya leídos, me quería alejar de la contracultura (Aldous Huxley, Timothy Leary, Hunter Stockton Thompson, Ram Dass) y ya renegaba de la exaltación mítica de la figura de Carlos Castaneda.
Lo disponible se encontraba entre una visión antropológica cientificista, donde el consumo de plantas de poder era un arcaísmo de culturas protohistóricas y rezagadas (con un dominante racismo antropológico), o era la interpretación psicológica donde el chamán es solo un sujeto esquizoide.
Pero, por otro lado, pude poetizar con el testimonio de los “yonquis” confesos (William Burroughs, Allen Ginsberg, Jack Kerouac, Thomas De Quincey, Samuel Taylor Coleridge, Charles Baudelaire). La ilustración de Antonio Escohotado me reconcilió con muchos ámbitos y Ernst Jünger me dio la llave para filosofar sin miedos.
Luego el etnobotánico Terence McKenna y su libro El Manjar de los Dioses le dio otra dimensión al tema, sacándolo de la interpretación lógica (psicológica - sociológica – etnológica - antropológica) hasta abarcar la propia evolución de la conciencia.
Alejandro Jodorowski me rescató de la incredulidad, acercándome al tarot y a tomarme menos en serio. Así, pude llegar con menos afanes a Stanislav Grof y su mirada transpersonal que, a su vez, le quitó mis trabas a la compañía permanente e insuperable de C.G. Jung. No pasó mucho cuando me encontré con Abraham Maslow, Charles Tart, Ken Wilber, Fritz Perls, Wilhem Reich, John Pierrakos, Bert Hellinguer. Paralelamente, otra puerta se abrío con Gurdjieff, Sri Aurobindo y el budismo con D.T. Suzuki.
Veinte años después los testimonios no se agotan y sigo mis encuentros. Pero algo ha cambiado. Mi psicoactiva búsqueda literaria ya no tiene fuentes para comparar que no sea mi propio viaje. A todos los seres que leí, gracias sinceras. Faltan muchos por nombrar. Los honro por su valentía. Ahora, con humildad, empiezo a escribir mis propias páginas, mi propio camino, imposible sin todos ustedes que, desde su curiosidad, se atrevieron. Nos hermanamos en ese lugar. Hoy solo me queda repetir las palabras de Albert Schwaitzer: "Según vamos adquiriendo conocimiento, las cosas no se hacen más comprensibles, sino más misteriosas."
(Imagen: Máquina de escribir de Jack Kerouac, con la cual escribió el primer manuscrito de "En el Camino").
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