Cuando los antagonistas se envalentonan y su ego se infla pueden hacernos titubear. En esas andaba cuando "casualmente" me cayó en las manos esta reflexión de Bert Hellinguer donde habla de sus detractores, a propósito de una publicación que criticó su módelo de terapia breve de Constelaciones familiares. A pesar de las diferencias, siempre estamos al servicio de algo más grande.
¿Cómo tratar a sus adversarios, tanto a los vanos como a los temerosos? Sin ni siquiera considerar sus intenciones, lo primero es respetarlos. En definitiva, no sabemos qué papel cumplen ni a quién sirven. Por eso, respeto la molestia que se toman para hablar, escribir, actuar; respeto la atención que me proporcionan a mi, incluso a otros y al conjunto en toda su amplitud. Reconozco que al hacerlo sirven a ese conjunto y a través de él, a mí y a muchos otros. Sin resistencia nada vivo ni verdaderamente humano puede desarrollarse. Sólo gracias a la resistencia que ofrece el exterior algo puede diferenciarse, insertarse en otra cosa de más extensión. Gracias a la resistencia, dentro del marco de unos límites, algo puede encontrar su fuerza y la comprensión de lo que es realmente posible. Todo aquello que ya no consigue expandirse se verá obligado a concentrarse. En lugar de altura y anchura, podrá ganar en profundidad.
En segundo lugar, al oponerse a mí, mis adversarios encuentran a menudo su propio camino con mayor facilidad. En esto sirven mejor al conjunto que si me aprobaran o me siguieran, renegando así de su propia verdad. De esa forma cada cual aporta su contribución únicamente a partir de lo suyo propio. El que ha encontrado esta autenticidad deja con el tiempo de alimentar la enemistad, habiendo perdido tanto el miedo a los otros como la necesidad imperiosa de doblegarles a su imagen o incluso de someterles. El que ha encontrado su autenticidad está conectado con todos de manera sosegada. Frente a sus propios adversarios desarrolla tolerancia y sabe dar tiempo hasta que se disuelva la animosidad de aquellos enemigos en busca de lo suyo propio. Sin embargo es importante ver que al querer mal a otros, los hay que se descuidan de si mismos o traicionan lo suyo.
En tercer lugar, la enemistad suele precisar de acólitos. Se fortalece gracias al número de ellos y la lealtad que los une en la oposición. Pero con esto fortalecen también a los seguidores de aquel al que se oponen. Cuando los seguidores se desmoronan, se desmorona también la fuerza de ambos bandos. Al quedarse sin seguidores, los líderes de los campos antagonistas se quedan frente a ellos mismos. Entonces se puede revelar una fuerza mayor.
¿Cómo reconocer la fuerza mayor? Se descubre a través de lo que subsiste. Sólo lo que subsiste era y es esencial
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