miércoles, 2 de septiembre de 2009

Lo que buscas es lo que encuentras



Cuando realizó una terapia de interferencias energéticas, donde en un estado de relajación profunda se lleva al consultante a contactar los habitantes de su inconciente, metáforas vivas de las dinámicas personales, las representaciones que emergen toman las máscaras de arquetipos como la Sombra, el Héroe Solar, el Niño Herido, etc. La terapia es similar a la Imaginería Activa junguiana. Prácticas similares, llevadas por personas prejuiciadas o determinadas bajo un sesgo religioso, pueden encasillar los contenidos que surgen como entidades independientes que hay que eliminar o exorcisar, restringiendo la posibilidad de una integración de lo no resuelto. El solo cambio de mirada sobre estos contenidos pueden determinar su destino y manifestación. Hace unos días me encontré con esta historia:

Según la tradición judía, un dibuk es un difunto que toma posesión parcial de un vivo y lo hostiga. Al constatar que estos hechos han casi desaparecido con los años, un judío preguntó al rabino Mendel de Kotzk:

—¿Por qué ya no se oye hablar de los dibuk?

—Porque hoy en día ya nadie sabe expulsarlo.


Incrédulos cuánticos


Niels Bohr, uno de los padres de la teoría cuántica, conoció, a un hombre que tenía colgada una herradura encima de la puerta de su casa. Bohr le preguntó:

—Eres supersticioso? ¿Crees de verdad que esta herradura te va a dar suerte?

—Por supuesto que no —repuso el hombre—. Pero parece que funciona aunque no le creamos.

Tres visiones



Se pueden definir tres posiciones frente a la vida a partir de una habitación oscura.

En una habitación oscura, un hombre busca algo. Es un científico.

En una habitación oscura, un hombre busca algo que no está allí. Es un filósofo.

En una habitación oscura, un hombre busca algo que no está allí y exclama: ¡Lo encontré!. Es un místico.

Soltar para aprender


Un aprendiz se acerca a su anciano maestro, experto en Kendo, el arte marcial japones de la espada. El joven aprendiz le pregunta cuánto tiempo necesitaría para dominar la espada.

—Diez años —le dijo el maestro.

—¡Diez años! ¡Es demasiado! ¡Jamás podré esperar tanto! —protestó el aprendiz.

—Entonces, veinte años —le dijo el maestro.