En estas fechas cuando al tabaco se le ha despojado de cualquier aspecto sacro, como se le reconocía en la América prehispánica, y su veneración ha quedado reducida a la de los adictos a la nicotina, quiero recordar su importancia en la cultura mazateca, y en especial en el ámbito de las ceremonias con hongos o veladas mazatecas.
Conocido como “piciete” -corrupción del nahualt picietl-, la planta del tabaco embellece los jardines de la mayoría de las casas en Huautla de Jiménez, Oaxaca. Además de ornamental las altas plantas tiene un fin protector, cuidando los espacios de males de ojo y envidias. Pero su labor no termina ahí. Como era tradición en nuestras visitas a Huatla, nuestro amigo y maestro el Profe Pablo García nos ponía “chamba’ apenas pisábamos su casa, preparándonos para el trabajo interior en las veladas. Una de las principales tareas era hacer piciete, por lo que poníamos manos a la obra sacando hojas frescas de plantas de tabaco que crecían silvestres atrás de su casa, para luego de limpiarlas con agua y sacarles cuidadosamente la nervadura principal, debíamos moler en un metate, mezclando el resultado con cal natural comprado en el mercado. El molido de las hojas frescas en el metate debía permitir extraer el jugo fresco, que se recogía en una jícara, como obtener también el material molido, el cual se ponía inmediatamente al sol para su secado. Seco y convertido en polvo el Piciete, o San Pedro, como también se le conoce, se podía disponer para su uso ceremonial y medicinal.
Su función en la ceremonia con hongos era de darle dirección al viaje, es decir, mantenernos en el propósito original con el que comenzamos la velada, ya que los menos diestros en la tarea de orientarse durante el proceso enteógeno con los hongos tendíamos fácilmente a errar nuestro norte, perdiéndonos en los callejones abisales de nuestro inconciente y su a veces caótica amalgama de imágenes. El Profe al reconocer el más mínimo desvío de nuestro objetivo principal, nos daba una manotada de piciete, el cual debíamos masticar lentamente con agua, o en su defecto y con ánimo medicinal, nos daba un trago del fuerte extracto de tabaco, el cual era verdaderamente solo para valientes.
Como reacción química la cal facilita la absorción de los alcaloides propios de la planta, liberando un efecto estimulante de atención y alerta, además de mejorar el rendimiento cognitivo, lo que equilibra la alteración de conciencia debido a los hongos sin reducir su efecto. En otras palabras, cuando el viaje se comenzaba a distorsionar merced al ruido interior el consumo del piciete nos devolvía al orden, encaminándonos nuevamente en la intención original de nuestra ceremonia. Algo que sin el piciete solo se lograría gracias a la maestría de los grandes chamanes mazatecos y su disciplina para mantener el control sobre los impredecibles caminos que esperan cuando nos sumergimos en los contenidos inconscientes.
El exacto conocimiento del manejo de estas plantas nos habla de una técnica que ha tenido miles de años para sofisticarse en manos de generaciones de Chotachines - Hombres de Conocimiento- cada una aportando su experiencia en aras de la sanación. Todo un tesoro cultural preservado por los abuelos mazatecos que pese a todo mantienen el respeto por su tradición.
martes, 3 de marzo de 2009
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