CANTO XXIV, La Odisea, Homero.
Uno de los temas más apasionantes, en mi experiencia con el ámbito chamánico, es la del chamán como Psychopompos (de psyche "alma" y pompos, "guía"). Para mí, está es una labores fundamentales de la práctica chamánica y el refinamiento de esta habilidad marca la diferencia entre los maestros y sus aprendices. Como mediador e interlocutor entre los diferentes planos de conciencia o realidades, el chamán desarrolla destrezas para manejarse a través de estos ámbitos sutiles, sin menoscabo de su integridad física, mental y espiritual. Esta facultad, le permite ejercer una de sus funciones básicas como servidor de la sociedad, que es la de conducir, rescatar, acompañar, cuidar y orientar las almas que están en dichas dimensiones cósmicas o estados espirituales.
Diferentes personajes míticos han actuado como psicopompos o guías de almas, ayudándoles a los muertos a encontrar su camino hasta el Inframundo, o traen los sueños a los vivos y hasta rescatan almas de aquellos reinos para volver a encarnarlas en este plano. Entre los más conocidos están Hermes, Anubis, Morfeo, Perséfone, Pan; o el Ángel de la Muerte, conocido como Azrael por los judíos e Izrail por los musulmanes y Mordad entre los persas; también se representa como el Ángel Gabriel, Baldr en la mitología nórdica, la Muerte con su guadaña, los Shinigami japoneses o las Valkirias germánicas. Todos ellos custodian las entradas a los mundos sutiles inferiores o superiores, según el destino del alma. Como mediadores entre dioses y hombres, vinculan ámbitos psíquicos, pudiendo crear puentes entre las pulsiones inconscientes, las tensiones somáticas y la conciencia, para bien del consultante.
Ahora, lograr sumergirse en los ámbitos transpersonales ajenos, es decir, en las regiones inconcientes y espirituales del propio consultante, y rescatar de allí lo que está fragmentado o no integrado, es un ejercicio de impecabilidad personal que requiere una gran pericia. La habilidad para reconocer los contenidos propios de los ajenos y navegar como psiconauta, entre diferentes planos de conciencia hasta ir a la médula del conflicto no resuelto del otro, requiere años de trabajo personal y pulcritud en la práctica. En el chamanismo mazateco se busca alcanzar un total refinamiento en las incursiones a los otros mundos, buscando en cada viaje afinar la capacidad de orientación y el discernimiento, que cuida al consultante de perderse entre las realidades míticas que allí se movilizan y al propio Chotachine (Chota-a T chinée, del mazateco Hombre de Conocimiento) de involucrase emocionalmente con los contenidos ajenos.
Por supuesto y aclarando, este ejercicio no es una metáfora de una labor terapéutica tradicional, al contrario, uno realmente se sumerge en los contenidos inconcientes del otro y hay un encuentro conciencia-chamán en inconciente-consultante, donde la biografía del otro se hace geografía y se recorren sus dominios simbólicos hasta traer a la luz lo perdido. Todo, gracias a la ceremonia enteogénica y las enseñanzas de los grandes Chotachines, que han guardado estas técnicas por cientos de años.
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